Hay quienes en Washington insisten en que el Grupo de los Siete se ha transformado en el Grupo de los Ocho, o, haciendo eco a la terminología del Presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, aluden a “La Cumbre de los Ocho”.
Esto no es truco o una exageración: es simplemente una mentira. Rusia, como ha ocurrido en ocasiones anteriores, sigue sin ser invitada a participar en las discusiones económicas y financieras más cruciales. A Yeltsin lo invitan a las cenas para que coma las sobras.
Los grandes tipos en la mesa desean darle una mano a su amigo Boris, quien, incidentalmente, tiene en Rusia un nivel de aprobación en las encuestas del cinco por ciento.
Yeltsin fue una presencia decorativa en la Cumbre de Denver, apenas un nuevo invitado que aceptó con humildad las reglas del juego. Aquellas, por ejemplo, que han permitido una expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte hasta la frontera con Rusia y que amenazan ahora con una nueva fase en materia de juegos geopolíticos.
Si, Yeltsin fué un amigo, pero tratado con sospecha, mientras brindaba fotogénicos saludos alzando los pulgares a curiosos que pasaban por las proximidades del Hotel Brown Palace.
Todo esto luce como una palmadita en la espalda dada a Rusia de la forma en que se brinda un regalo a alguien que se ha comportado tal como se le había ordenado que lo hiciera. Todo esto es una broma. Y no de muy buen gusto.
No quiero que se me entienda mal. Doy la bienvenida a una discusión acerca del “nuevo orden mundial” a fin de encarar los desafíos que nos presenta esta época.
Pero el foro para hacerlo es el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que sirve como caja de resonancia de todos los países del mundo, grandes y pequeños, y no exclusivamente de Grupo de los Siete.
En tanto las Naciones Unidas continúan exhibiendo su impotencia (y mostrando escasas reformas de importancia) la OTAN amplía sus límites y, tal como hemos podido observar, el poderoso Grupo de los Siete sigue efectuando reuniones y encarando cuestiones mucho más amplias que las de todas las agencias de la ONU en su conjunto.
Parecería como si el Grupo de los Siete es el verdadero gobierno mundial. Un gobierno de multimillonarios.
Basta releer los documentos de las últimas tres conferencias del Grupo de los Siete a fin de comprobar que actúan como un comité ejecutivo que brinda prioridades a los problemas del mundo de acuerdo a la perspectiva de las siete naciones más ricas del mundo.
Pero un diálogo significativo para el mundo de la posguerra fría debe permitir la participación igualitaria de China, India, África y América Latina. La inclusión no es una cuestión de ética.
Aún más, el Grupo de los Siete encara tópicos de vasta importancia en el nombre de la globalización, que a su vez es presentada como algo inevitable que sólo puede ser comprendido en términos establecidos por las grandes potencias.
Desde 1989 las funciones del Consejo de Seguridad no son ampliadas. El ex Secretario General de la ONU, Butros Butros Ghali, había hecho una serie de importantes propuestas que fueron aprobadas por amplia mayoría y que posiblemente hubieran sido ratificadas. No es por casualidad que el único resultado hasta la fecha haya sido su abandono del cargo.
¿Qué es el Grupo de los Siete?
Durante la guerra fría esa Institución sirvió para consolidar y movilizar el lineamiento antisoviético. También introdujo cierta disciplina en la conducta (no siempre ética) de los países más poderosos y estableció los términos y las formas de la cooperación entre ellos.
Permitió a esos países operar especialmente en tres frentes: 1) Zanjar conflictos de intereses entre sus miembros; 2) Definir una perspectiva común con respecto a crisis y problemas que podían surgir en el mundo fuera de esas siete naciones ricas; 3) Elaborar una posición común con respecto a países más pequeños, del tercer mundo, y cuestiones relativas al planeta en su conjunto, ofreciendo una solución adecuada al “club de los multimillonarios”, esto es, de acuerdo a sus intereses.
Existía una cierta lógica para todo eso, estrechamente vinculada con las exigencias de la lucha contra el comunismo, y con la satisfacción de substanciales (aunque no siempre legítimas) necesidades.
Esos intereses, tales como relaciones económicas y comerciales prioridades presupuestarias locales, nuevos objetivos de ayuda monetaria, regulaciones de exportación y proyectos de inversión, todavía siguen en su lugar, y seguirán mañana.
Pero en la actualidad, ya no vivimos en la guerra fría. Las coordenadas del mundo de hoy son muy diferentes.
Por lo tanto, gran parte de la lógica pasada ha perdido su razón de ser. Y eso es cierto, no sólo porque la Unión Soviética ha dejado de existir.
Lo real es que una vez se echaron abajo las cortinas que separaban las diferentes partes del mundo, el proceso de globalización dio y sigue dando, gigantescos saltos hacia delante. Y ese proceso está creando problemas muy serios que deben ser controlados.
Es por eso que me pregunto si la reunión del Grupo de los Siete discutió esos problemas para beneficio de todos o si se dedicó a reiterar la lógica del pasado. ¿Es acaso ese foro adecuado para examinar, como se hizo en Denver el calentamiento global de la atmósfera, el terrorismo, el crimen organizado, el desarme, los tratados de defensa del medio ambiente, la paz en Bosnia, la estabilidad política en Camboya y para enfrentarlos en nombre de todos?
El mundo bipolar ha desaparecido y, lamentablemente, no ha surgido un mundo multipolar para reemplazarlo. Todo lo que nos ha quedado es un gobierno de multimillonarios.
Algunos podrían decir, con cierta dosis de cinismo, que eso ha sido siempre así, y que lo seguirá siendo. Que sólo el poder cuenta.
Tal vez sea así. Pero tengo profundas dudas acerca de eso y deseo expresarlas precisamente con respecto a la globalización que pende sobre nosotros.
¿Estamos realmente seguros que el resto de los multimillonarios aceptarán pacíficamente las decisiones y la filosofía de una institución que adolece de un mandato formal para ejercer su gran poder?
Estoy absolutamente seguro de que los procesos que preocupan a la humanidad en la época actual se intensificarán en lugar de atenuarse. La brecha entre países ricos y pobres se ampliará en lugar de reducirse.
Y entre tanto el Consejo de Seguridad, que debería haber sido la potencia encargada de encarar problemas globales, se convertirá en un subordinado del Grupo de los Siete.
Por cierto, en la conferencia de Denver, aunque los miembros del Grupo de los Siete expresaron diferentes puntos de vista acerca de la ONU, al menos acordaron en un vago comunicado la necesidad de reformar el organismo internacional.
¿Puede causar alguna sorpresa que tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial no adopten una sola decisión que sea diferente a la del Grupo de los Siete, esto es, de Estados Unidos?
Sabemos que el Grupo de los Siete tiene poder de decisión en todas las agencias internacionales, incluida la decisión de admitir a nuevos miembros. Y siempre lo hace para favorecer a sus miembros multimillonarios.
En el pasado hubiéramos considerado inevitables las decisiones del Grupo de los Siete. Y dadas las condiciones imperantes, eso era lo que ocurría.
Pero en la actualidad las condiciones han cambiado. Creo que es necesario reflexionar seriamente acerca del tema.
Si la naturaleza del Grupo de los Siete no cambia, sólo podemos esperar resultados desfavorables. ¿Acaso debemos seguir la vieja lógica política basada en la polarización, la pre globalización que constituyó la base de la hegemonía tecnocracia y el dominio de los sectores financieros y de información?
Si hacemos eso, seremos incapaces de llevar a un terreno común las divergentes preocupaciones de las distintas regiones del mundo. Y, en ese caso, se acentuarán los conflictos por los mercados, por el medio ambiente, por la información, por los alimentos, por los recursos de agua potable. Y todo esto, no es precisamente algo para bromear.